Ecco il Cristo risorto

 

ECCO IL CRISTO RISORTO

He oído decir esta frase muchas veces a nuestro hermano Chus Villarroel, rememorando una experiencia vivencial suya. El recuerdo que yo tengo de cómo lo ha contado es es más o menos como sigue. Chus se encontraba en Roma y estaba en misa y entonces el sacerdote que oficiaba la misa levantaba la Hostia consagrada y decía “Ecco il Cristo risorto”. Decía Chus, “llevaba yo tantos años de cura y no me había dado cuenta “He aquí el Cristo resucitado””.
Quiero decir que esta experiencia se la he oído a Chus bastantes veces. En los seminarios de las 7 semanas y también en muchas predicaciones, y cuando la he escuchado, yo pensé que lo entendía, supongo que como él lo entendía durante los años que estuvo de cura antes de oír esa frase. Al fin y al cabo yo siempre me he acercado al Santísimo y a la Eucaristía en adoración. Siempre lo he considerado algo sagrado, de Dios. Y tengo muchos recuerdos que así lo atestiguan.
Recuerdo una asamblea nacional, cuando nos reuníamos toda la Renovación Carismática en una nave del IFEMA en Madrid. Como un sacerdote llevó el Santísimo por toda la nave y como miles de personas si iban arrodillando cuando el Señor pasaba a su lado. Cuando pasó al lado mío, yo me puse de rodillas, como todos, pero me trastocó. Quedé después mucho tiempo sentado en mi silla con la cabeza entre las manos, sin saber qué decir, sólo enmudecido, afectado en lo más íntimo. Recuerdo a un hermano hablarme, decirme cosas y no ser capaz de contestarle. Finalmente me puso la mano en la nuca, me acarició y me dejó sólo. Era un momento íntimo, entre Él y yo.
Otra vez, estaba en un retiro con Maranatha y como suele ser habitual, la noche del Sábado había adoración. Normalmente yo me suelo quedar traspuesto, cuando no dormido. Aunque nunca me he sentido culpable por ello, porque normalmente me invade una paz que habitualmente no puedo vivir en mi día a día. Aquel día no fue así. Recuerdo a Chalo con el Santísimo en el pasillo central invitándonos a acercarnos al Señor. Todos, a medida que sentíamos que llegaba el momento, nos levantamos y nos acercamos al Señor. Todos le adoramos, pero lo que más me llamó la atención es que no hubo dos personas que lo hicieran igual. Estábamos viviendo un momento profundamente íntimo entre el Señor y cada una de las personas que se acercaban. No era un rito, no era una pose, era un momento auténtico en que cada persona se acercaba al Señor y le adoraba de una forma no preparada tal cual le salía del corazón. Yo apoyé mi cabeza, llena de turbulencias en el Señor, como cuando ponía mi cabeza en la falda de mi madre, en el hombro de mi esposa…ponía mis preocupaciones en Él. Preocupaciones que sólo Él podía aliviar. Y mientras veía a mis hermanos acercarse al Señor y adorarle enamorados, pensaba “Es un honor estar aquí, gracias Señor, gracias papa”. Desde entonces la expresión “es un honor” la tengo asociada a ese momento, y por ende a mi pertenencia a Maranatha.
En otro momento más reciente, en un retiro anual de la regional, también hubo adoración al final de la mañana y Juan Luis Rascón llevó al Señor por los pasillos del salón de actos. De nuevo todos nos íbamos arrodillando y cuando pasó el Señor, cerré lo ojos. Me puse a llorar. No estaba triste, ni tenía en ese momento algún problema especial. Simplemente me puse a llorar. No podía dejar de pensar “¿pero por qué lloro?”.  Aunque eso sí, sentía una paz inmensa. Sin duda era el don de lágrimas que hemos oído a tanto hermanos.
Cada vez que he tenido que dar una enseñanza en Maranatha, me he escapado antes del trabajo para ir un rato ante el Santísimo y ciertamente ha actuado. Y mientras me dirigía a Él como mi Señor, siempre me ha dado paz y tranquilidad y me ha hecho saber que estaba conmigo.
Quiero decir con esto, que el Señor en la Eucarístia, siempre ha sido adorado por mi, porque era el Señor, y Él actuaba.
Sin embargo en el pasado retiro de Cuaresma celebrado por el Padre Chus hace dos semanas, pasó algo.
Era la misa con la que actualmente finalizamos el retiro, llegó el momento de la Eucaristía y cuando Chus extendió las manos para la consagración sentí que el que estaba en el pan era Jesús. Ese Jesús que hace dos mil años estaba andando por Galilea, el mismo Jesús que predicaba en la montaña, ese hombre, ese mismo hombre estaba allí hecho pan. El mismo que predicaba a sus apóstoles, esa figura histórica que cambió el mundo hace dos mil años, ese, ESE, SEGUÍA AQUÍ CON NOSOTROS. Y yo miraba a la Hostia consagrada y le decía anonadado “Eres Tú”.
La alabanza en lenguas que siguió fue impresionante y me uní a ella absolutamente abandonado. Estaba adorando a Jesús, allí presente.
Desde entonces he estado meditando en ello. Las eucaristías a las que he asistido han sido diferentes, ahora me dirijo al Señor, a Jesús de Nazaret, hecho pan.
 
Pienso, que el Señor, por motivos que se me escapan, decidió que debía seguir presente en el mundo tangible, hecho carne. El Espíritu Santo tiene la capacidad de llegar a todo el mundo en cualquier momento, pero el Señor decidió que también debía estar presente en el mundo “real”. ¿Por qué como pan?, no lo sé, forma parte del misterio de la Eucaristía, pero el Señor entendió que debía ser alimento real para cada uno de nosotros.
 
¿Qué más puedo decir?, el misterio permanece, pero Jesús se engrandece para mi.
 
Gloria, gloria, gloria a Él, gloria a Jesucristo, gloria a nuestro Señor, nuestro amigo, nuestra fin, nuestra meta, nuestra esperanza.